CRISTINA 2011

CRISTINA 2011
Menos mal que Macri tiene a la "señora de enfrente" que arregla todos los kilombos y lucha por todos los argentinos

martes, 29 de marzo de 2011

La Ciudad de Buenos Aires votará el 10 y el 31 de julio



MACRI LANZO SU CAMPAÑA EXHORTANDO A LA OPOSICION A UNIRSE CONTRA EL MODELO VIGENTE


El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, convocó a sus aliados políticos a “desprenderse de las pequeñas miserias” para conformar un espacio común para enfrentar al oficialismo a nivel nacional, y adelantó que le pedirá a la Legislatura la unificación de las elecciones locales con las de las Comunas. Durante su virtual lanzamiento como precandidato presidencial, consideró que el actual es “el peor momento de nuestra democracia desde 1983”.

“Convoco a toda la oposición a encontrar un espacio común" y a “desprenderse de las pequeñas miserias”, enfatizó Macri, en lo que fue un virtual lanzamiento nacional de su candidatura luego de que ayer ratificara su pretensión por competir por la Presidencia de la Nación y no por su reelección en el ámbito porteño.

Según el funcionario, las fechas fijadas para los próximos comicios porteños -el 10 y 31 de julio, un mes antes de las que se habían especulado- “respetan el espíritu de la Ciudad, que es generar un espacio separado, diferente“ de los procesos electorales de autoridades nacionales.

Asimismo, adelantó que pedirá a tanto a los legisladores del oficialismo como de la oposición “que se reúnan y traten de simplificar el calendario", unificando las elecciones de comunas con las de jefe y vicejefe de gobierno a fin de “simplificarle la vida a la gente, no generar gastos innecesarios” y “dar un ejemplo de pragmatismo y eficiencia”.

El anuncio que tuvo lugar en la sede del Ejecutivo porteño tuvo una introducción en la que trató de fundamentar por qué “estamos viviendo el peor momento de nuestra democracia” en el marco de una “cultura de la intolerancia y la prepotencia”.

En ese preludio, Macri, en tono de candidato a presidente, expresó su “enorme preocupación” por el bloqueo de trabajadores de Artes Gráficas Rioplatenses que imposibilitó la salida de Clarín, “impidiendo la libertad de prensa”. Este hecho, según Macri, ocurrió ante “el espantoso silencio del Gobierno nacional”.

El jefe de Gobierno fustigó, además, a los medios estatales de comunicación, que, manifestó, “son utilizados para hacer campaña proselitista a favor del oficialismo en forma grotesca”, además de servir para “agredir y descalificar a periodistas y políticos” que critican al Gobierno.

Hugo Chávez, el recuerdo de Kirchner


Somos la gloriosa JP del Cristina, de Chávez y de Fidel

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien llegó a la Argentina a primera hora de hoy, expresó un cálido recuerdo del ex presidente argentino Néstor Kirchner. "Siempre lo recuerdo y lo voy a recordar aquí en Buenos Aires", dijo el visitante al pie de la escalerilla del avión, en el aeroparque "Jorge Newbery".

"Recuerdo a Néstor, a la juventud argentina que ahora resucitó. !Qué maravilla! !Y la resucitó Néstor!" exclamó. Chávez evocó el multitudinario sepelio del exmandatario en el que dio sus condolencias a su viuda y sucesora, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

"Lo vimos acá. Nunca olvidaré yo las lágrimas, los gritos y los llantos de los jóvenes...Por siempre Néstor, fuerza Cristina. Ya Fidel Castro me lo había dicho, cuando vino invitado por Néstor al Mercosur. Fidel me invitó a la casa donde creció el Che Guevara en Alta Gracia, Córdoba. La noche anterior fuimos a la Universidad de Córdoba y Fidel me decía, llegando al lugar, 'mira, Chávez, date cuenta: la mayoría son jóvenes, una nueva generación de jóvenes que se está levantando aquí'", rememoró.

El presidente venezolano también se refirió elogiosamente a su colega argentina. "Tienen una Presidenta -dijo- que es defensora a ultranza de los derechos humanos, de libertad de expresión, de prensa, de pensamiento, como lo fue Néstor Kirchner. Eso no ocurría aquí antes, cuando gobernaba el neoliberalismo", afirmó.

lunes, 28 de marzo de 2011

HUGO CHAVEZ LLEGA MAÑANA Y SERA PREMIADO EN LA UNIVERSIDAD DE LA PLATA


“Dar la palabra a los sin voz”

La decana de la Facultad de Periodismo de la UNLP, Florencia Saintout, explica que el presidente de Venezuela será distinguido a propuesta de los estudiantes por su apoyo a la comunicación popular y por la experiencia de Telesur.

La Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata entregará mañana al presidente Hugo Chávez el premio Rodolfo Walsh en la categoría “Presidente Latinoamericano por la Comunicación Popular”. Funda la distinción al venezolano en “su compromiso incuestionable y auténtico en afianzar la libertad de los pueblos, consolidar la unidad latinoamericana, defender los derechos humanos y ser consecuente con la verdad y los valores democráticos”. “El proceso que encabeza Chávez desnaturalizó la idea de que sólo unos pocos, los dueños de las empresas de comunicación, deben tener la posibilidad de expresarse. Apuntamos a profundizar esa desnaturalización y pensamos que es uno de los roles centrales que debe cumplir la universidad”, explica Florencia Saintout, decana de la Facultad de Periodismo, a la que ingresaron este año 1200 estudiantes.

–¿La categoría se creó especialmente para Chávez?

–Sí, el premio se entregó a diversas personalidades de la cultura y la comunicación, hace dos años a Evo Morales y este año decidimos formalizar esta idea de “presidentes latinoamericanos por la comunicación popular” con la idea de que sea más de uno, algo que el contexto latinoamericano permite. Hay una región comprometida con un debate en torno del estatuto de la comunicación, que durante mucho tiempo no se discutió: comunicación equivalía a medios empresariales y punto. Si bien siempre se resistió esa idea, estamos en un momento histórico porque el tema forma parte de las agendas estatales y de gobierno.

–¿Cómo surgió la idea?

–La propuesta fue del centro de estudiantes. La facultad la tomó e iniciamos las gestiones. El premio tenía que ver al comienzo con valorizar la experiencia de Telesur, una propuesta de Chávez para pensar un proyecto interestatal desde América Latina, con información propia para los latinoamericanos y el mundo. Nos parecía que carreras como la nuestra debían señalarlo, sobre todo en el marco de una discusión que atravesaba las fronteras venezolanas, en la cual se atacaba tanto a ese proceso.

–¿Qué se premia concretamente en el caso de Chávez?

–Se premia su preocupación y compromiso con el derecho a la comunicación de aquellos que no lo han tenido históricamente, de quienes han sido postergados en el goce del derecho a la palabra.

–¿Cuál es la visión sobre la libertad de expresión en Venezuela?

–Cuando se discute libertad de expresión, o se dice que se discute, por lo general se están enmascarando otras cuestiones relacionadas con la libertad de empresa. El proceso que encabeza Chávez desnaturalizó la idea de que sólo unos pocos, los dueños de las empresas de comunicación, deben tener la posibilidad de expresarse. Esto trae aparejados muchos debates, ponerlo en discusión no significa cuestionar la libertad de expresión. En Venezuela la mayor parte de los medios siguen en manos privadas.

–Venezuela tiene varias denuncias en el sistema interamericano y es cuestionada por ejemplo por endurecer las penas para los delitos de calumnias e injurias, que en la Argentina están despenalizados.

–La Comisión Interamericana ha hecho sugerencias que suponemos se estarán tomando en cuenta. La Argentina está en otro lugar, hay que comprender la complejidad de la situación venezolana y no para no opinar, por supuesto. Hay una tremenda polarización y muchas de las voces que denuncian censura o persecución son las mismas que apoyaron el golpe de Estado y ahora tienen enfrente a un gobierno comprometido con la comunicación popular, con dar la palabra a los sin voz. Seguramente hay cuestiones a mejorar, pero respetando siempre un principio que tiene que ver con la responsabilidad social de los medios. Eso es tremendamente positivo.

–¿Qué expectativa genera la visita?

–Es muy importante poder recibir a un presidente elegido por amplias mayorías, democráticamente, y que venga no sólo a recibir un premio sino a hablar con los estudiantes. Lo planteamos como un acto abierto a la comunidad y a las diferentes expresiones del movimiento estudiantil. Nos parece importantísimo, desde una universidad que recibe cada año a miles de estudiantes, poder hablar de la política de comunicación en Venezuela. Y hay mucho entusiasmo en el movimiento estudiantil, que tiene cada día más estudiantes comprometidos con alguna práctica militante. El paisaje de las universidades está cambiando muchísimo.

sábado, 26 de marzo de 2011

El Tribunal Electoral anuló una mesa y el FpV reclamó que se abran todas las urnas


Página/12. El Tribunal Electoral Provincial (TEP) del Chubut confirmó la nulidad de la mesa
174, de Puerto Madryn, donde el domingo pasado votaron 269 electores.



El candidato a gobernador por el Frente para la Victoria (FPV), Carlos Eliceche, aseguró hoy que el escrutinio oficial le otorga "un resultado de 1.165 votos a favor". La precisión fue comunicada horas después de que el Tribunal Electoral de Chubut (TECH) anulara una mesa de Puerto Madryn. Por este motivo, el Frente para la Victoria (FpV) reclamó que se convoque a elecciones complementarias en todas las categorías de candidatos de todos los partidos políticos. Además, Eliceche ratificó la solicitud de que “se revea la medida que está aplicando el Tribunal para el escrutinio definitivo de los votos, y se acceda a la posibilidad de abrir todas y cada una de las urnas y hacer en ellas el conteo de voto por voto”.

El pedido del recuento general pretende darle un giro a la decisión del TECH, que había dispuesto que se sigan abriendo sólo las urnas con denuncias de irregularidades, y no todas. Eliceche añadió que el FpV obtiene “hasta el momento entre las ciudades de Trelew, Rawson y Puerto Madryn, un resultado favorable de 1.165 votos en el escrutinio definitivo”.

Esta tarde, uno de los apoderados de esa fuerza política anunció que realizó una reserva legal para apelar los resultados electorales ante la Corte Suprema de la Nación, en caso de no obtener respuestas favorables en la provincia, y que puede derivar en un pedido de nulidad de las elecciones del domingo pasado.

El Tribunal Electoral provincial confirmó la nulidad de la mesa 174, de Puerto Madryn, donde el domingo pasado votaron 269 electores. Y las autoridades del kirchnerismo le demandaron "que se abstenga de proclamar ningún candidato en ninguna categoría hasta tener resultado de esta elección complementaria o de todas las que se tengan que llevar a cabo a partir de otros reclamos que se tengan que presentar".

El anuncio de la presentación ante el máximo tribunal fue hecho por uno de los apoderados del FpV chubutense, Blas Meza Evans: "Para nosotros el ganador es Carlos Eliceche, pero la diferencia es tan exigua que pedimos la apertura de todas las urnas", dijo en conferencia de prensa Meza Evans. El candidato Eliceche, por su parte, dijo que quería "darle trasparencia y defender el voto de la gente" y aseguró que sus denuncias por aparentes irregularidades en los comicios "se están comprobando a medida que podemos abrir las urnas".

Las demandas se oyeron luego de que el tribunal electoral que anulara los sufragios emitidos en la mesa 174 de Puerto Madryn tomó su decisión por tres votos contra dos. En conferencia de prensa, el candidato del gobernador Mario Das Neves, del Peronismo Federal, Martín Buzzi, y su vice, Gustavo Mac Karthy, ratificaron que apelarán la medida, pedirán la apertura de la urna anulada y confirmaron su oposición a una elección complementaria como reclamó el Frente para la Victoria.

En esa mesa se emitieron 350 votos y, según el escrutinio provisorio, en el plano municipal resultó electo Ricardo Sastre del PJ Modelo Chubut, quien ganó los comicios por una diferencia de apenas 70 sufragios.

La anulación de la urna de Puerto Madryn podría revertir el resultado electoral en los comicios de intendente de esa localidad, donde por una diferencia de 70 votos se impuso el peronista disidente Ricardo Sastre sobre el kirchnerista Ricardo Lázaro.

Mac Karthy, actual intendente de Trelew, admitió que en el PJ "estamos preocupados" por el resultado que podría darse en esa mesa tras la anulación, y consideró como una "decisión liviana" la de anular la mesa. Buzzi, por su parte, anticipó que de confirmarse como gobernador de Chubut implementará "un sistema de voto electrónico" en la provincia para futuras elecciones.

Veinte años que transformaron el Cono Sur


 Página/12

Hoy se cumplen exactamente dos décadas de la firma del documento que dio origen al Mercosur. Los cancilleres de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay explican en esta nota exclusiva para Página/12 la importancia e implicancias del bloque regional.

Por Héctor Timerman *,Antonio de Aguiar Patriota **,Jorge Lara Castro *** y Luis Almagro ****

Hace exactamente veinte años, el 26 de marzo de 1991, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay firmaban el Tratado de Asunción, instrumento fundador del Mercosur. La creación del Mercosur siguió la tendencia de formación de bloques regionales que caracterizaba la escena internacional a inicios de la década de 1990. Constituyó parte importante de una respuesta al desafío de encontrar nuevas formas de inserción de nuestras economías en el mundo.

Pero el proyecto consagrado en el Tratado de Asunción va, desde el origen, más allá de la dimensión económico-comercial, en sí misma muy relevante. Nuestros países vivían, en 1991, un doble reencuentro: con la democracia y con su propia vecindad. El Mercosur es también la expresión de ese reencuentro. Es la demostración de la capacidad conjunta de los cuatro países de sobreponer, a diferencia del pasado, una agenda compartida de valores e intereses comunes.

En los veinte años transcurridos desde la fundación del Mercosur, las relaciones entre nuestros países se transformaron profundamente. Consolidamos relaciones de confianza mutua, profundizamos nuestros canales de diálogo político y estrechamos nuestros lazos de cooperación en diferentes dominios. En el plano económico, los avances son particularmente elocuentes. En 1991, nuestro comercio sumaba U$S 4,5 mil millones. En 2010, el volumen de los intercambios se multiplicó diez veces, alcanzando U$S 45 mil millones. Se avanzó en temas sensibles como la eliminación del doble cobro del arancel externo común, el código aduanero común, disciplinas comerciales comunes, cuyos acuerdos en otras épocas parecían muy lejanos, lo que estimula hoy a encarar con gran confianza nuevos desafíos, como son la integración productiva, la integración energética, el libre tránsito, la superación de las asimetrías y la evolución permanente de la institucionalidad.

Ese dinamismo y el creciente entrelazamiento de las economías del bloque nos volvieron más fuertes, como lo demostró nuestra capacidad de reaccionar a la crisis económica internacional desencadenada en 2008. El año pasado, los países del Mercosur crecieron, en promedio, más del 8 por ciento.

En dos décadas, marchamos hacia un sistema en que los países del Sur ganan mayor relevancia. Y con eso, se refuerza la importancia del Mercosur como instrumento para la construcción de un futuro de creciente prosperidad para nuestra región.

Así como en 1991, necesitamos repensar hoy nuestro lugar en el nuevo contexto internacional. Tenemos todas las condiciones para enfrentar ese desafío con optimismo. El Mercosur –como el conjunto de América del Sur– es un espacio de paz y democracia. Es una potencia energética en expansión y corresponde al territorio agrícola más productivo del mundo. Engloba un mercado consumidor significativamente ampliado por políticas consistentes de inclusión social. Atrae el creciente interés de socios extrarregionales, como lo demuestra la participación, en la Cumbre de Foz de Iguazú, en diciembre de 2010, de altos representantes de socios geográficamente distantes como Australia, Emiratos Arabes Unidos, Turquía, Palestina, Siria y Nueva Zelanda.

Diversas iniciativas que se están tomando en el bloque han servido al imperativo de implementar la agenda ciudadana priorizada por nuestros países. Estamos determinados a caminar hacia un verdadero estatuto de la ciudadanía del Mercosur, que consolide y dé visibilidad a los cambios graduales, aunque profundos, que ya vienen sucediendo en la vida de muchos de nuestros ciudadanos.

Turistas que viajan por América del Sur sin el pasaporte; personas que obtienen con facilidad residencia permanente en otro país del Mercosur; personas que viven en el otro lado de las fronteras y unifican sus cómputos de jubilación; estudiantes y docentes que transitan entre escuelas y universidades de los cuatro países: para éstos, ya es perceptible la diferencia que hace el Mercosur.

Se trata de progresos con grandes consecuencias. Cuando las sociedades se apoderan de una idea –la idea de la integración– ella gana vida propia, trasciende la voluntad de uno u otro gobierno y se vuelve irreversible.

De esa forma, al cumplir veinte años, nuestro proceso de integración alcanza un nivel más elevado de madurez.

Ejemplo contundente de esa madurez es el Fondo de Convergencia Estructural del Mercosur (Focem), que tiene hoy casi U$S mil millones, dirigido a reducir diferencias de desarrollo entre los socios. Los recursos del Focem están construyendo estradas, líneas de transmisión y redes de saneamiento básico. Están reformando escuelas y construyendo moradas. Ayudarán a pequeñas y medianas empresas a aprovechar las oportunidades traídas por la integración. Contribuirán a reducir asimetrías que, en el límite, nos debilitan a todos.

El Mercosur trajo una nueva visión de nuestros países respecto de sí mismos y de su inserción en el mundo. Ya podemos hablar de una “generación Mercosur”, que sabe que el desarrollo de cada socio es inseparable del desarrollo de los demás. Sea por el intercambio continuo de experiencias, sea por la definición de políticas de alcance regional, el Mercosur ha servido para tejer una tela de solidaridad abarcando diversos ámbitos de nuestras sociedades.

Debemos seguir perfeccionando el Mercosur, a partir de la comprensión de aquello que tiene de singular. Aprovechemos la fecha, por lo tanto, para reflexionar respecto del sólido patrimonio acumulado a lo largo de ese proceso. Patrimonio sobre el cual cabe continuar trabajando, en nombre de sociedades cada vez más democráticas, prósperas y justas.

* Ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de Argentina.

** Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil.

*** Ministro de Relaciones Exteriores de Paraguay.

**** Ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay.

martes, 22 de marzo de 2011

Si incluimos a todos vamos a vivir mejor


Por Juan Cabandié *

Los acontecimientos vividos durante las últimas semanas de diciembre, con la ocupación del Parque Indoamericano, y la toma de las 204 viviendas de Parque Avellaneda, semanas atrás, sirven para una reflexión más profunda, que pueda abordar la coyuntura, pero también plantea una visión de la ciudad donde una parte importante de los porteños –me atrevería a decir la mayoría– soñamos, pensamos y deseamos.

La ocupación del predio señala lo que falta por hacer, señala un horizonte, pero, también, que hemos logrado subir el piso de las demandas de los sectores populares: en 2002, los reclamos sociales tenían que ver con la comida y el empleo; en 2010, ciudadanos con trabajo y familias estables solicitan viviendas de mayor calidad.

Ante esta situación irresuelta, Macri apela a la xenofobia, el racismo y los palazos, con un discurso que expresa una variante menemista pero radicalizada. A tono con el propio brigadier Cacciatore, que diseñó e implementó una ciudad excluyente, impidiendo el desarrollo del transporte público para los trabajadores, rellenando con escombros las playas del Río de la Plata, donde miles de personas se bañaban los fines de semana y destruyendo el Banco Ciudad para beneficio de amigos, de la curia y miembros de la fuerzas armadas. Macri, reproduciendo el modelo del intendente de la dictadura, clausuró la ampliación de los subtes, descapitalizó el Banco Ciudad, otorga millones de pesos a la iglesia a través de sus escuelas, discrimina a la población de las villas y subejecuta el presupuesto para la construcción de viviendas.

A lo largo de 2010, el Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) sólo ejecutó su presupuesto en un 44,5 por ciento, como si la ciudad no tuviera problemas en este rubro. Y no sólo eso: si comparamos los datos de ejecución a lo largo de los últimos tres años, nos damos cuenta de que, para la administración PRO, la vivienda está lejos de ser una prioridad. Los datos de ejecución (81,87 por ciento en 2008; 56,75 en 2009 y 44,59 en 2010) grafican claramente que la gestión empeora cada año.

Durante este ciclo político, los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner han construido más viviendas que ningún otro en la historia: 550 mil soluciones habitacionales, 250 mil en ejecución. En lo que respecta a la ciudad, en 2010 la Nación aportó 460 millones de pesos para la construcción de viviendas.

Una ciudad solidaria, amigable con los migrantes, inclusiva y multicultural sería la mejor manera de que los porteños vivamos mejor. Sin muros que excluyan a ciertos sectores, porque de esa manera no alcanzarían los ladrillos para construirlos. Aunque de todas maneras, para hacer ladrillos y muros se necesitan trabajadores que los hagan.

Además, si apostamos a un gobierno de la ciudad que cree riquezas y apueste al crecimiento, en vez de la exclusión y la marginalidad, la ciudad va necesitar de la labor de ciudadanos del interior, de países hermanos y de la misma ciudad que tengan vocación por el trabajo, la creatividad y la inclusión social, económica y cultural.

Nuestro país se hizo con los pueblos originarios y también con inmigración de clases sociales de países que en ese momento estaban muy mal. Existen dos modelos para tratar la inmigración: el de Macri, parecido al de Cacciatore, intendente del ’76 al ’82, y el de muchas ciudades del mundo donde existe respeto, tolerancia, asimilación, aprendizaje, enriquecimiento. Argentina necesita tener una ciudad capital que crezca a la par de la Nación, sin xenofobia, sin discriminación, con un Estado intervencionista, regulador y popular. Necesitamos una ciudad abierta al interior y al exterior de nuestro país, creadora de riquezas, de valor agregado a la producción, de conocimiento, de creatividad e innovación. No se trata de una postura humanista en sí (que defendemos), sino, además, de un modelo económico y cultural que nos permita vivir mejor, dejar una ciudad mejor para nuestros hijos y ser parte de una sociedad solidaria.

La política de Macri no es sólo repudiable desde un punto de vista ético, no es solamente ineficiente. También es profundamente estúpida, porque apelando a la racionalidad vamos a entender que si incluimos a todos vamos a vivir mejor.

* Legislador porteño.

jueves, 17 de marzo de 2011

Huracán, el 11 de marzo, los jóvenes y la historia




Por Ricardo Forster


1

Cada época tiene la facultad de resignificar el pasado, de convocarlo y de hacer algo con él. Nada de lo que quedó a nuestras espaldas permanece intocado cuando, bajo las circunstancias propias del presente, es puesto nuevamente en el centro de la escena. Eso ocurrió con imponente potencia durante los festejos del Bicentenario, no sólo porque una multitud rompió en mil pedazos los augurios de la corporación mediática que prometían una conmemoración famélica atravesada por la indiferencia popular, sino también porque lo que sucedió en esa ocasión memorable fue la emergencia de otro relato de la historia nacional, un relato que obligó, a los distintos actores de la vida contemporánea, a debatir lo que parecía ser un expediente cerrado.

Por esos misterios que conforman la intimidad de las sociedades lo que dejó el Bicentenario fue no sólo la posibilidad de conocer otra memoria del ayer argentino sino, también, rompió, en el debate político actual, la hegemonía de los sectores dominantes y de sus voceros mediáticos. Simplemente se liberaron otras posibilidades de interpretación y se puso en evidencia que la historia siempre es un territorio de disputas y querellas que estallan en el presente para resignificar lo acontecido. Y lo notable de esas jornadas inolvidables de mayo de 2010 fue que se juntaron las multitudes que se derramaron sobre el centro de una Buenos Aires sorprendida y festiva con otra escritura, tenue y casi invisible hasta ahora, que encontró su camino hacia la superficie. Ese encuentro fue posible porque algo insólito se inauguró en otro mayo, pero de 2003, cuando Néstor Kirchner llegó inesperadamente a la presidencia y quebró la inercia de un país en decadencia y olvidado de lo mejor de su propia historia.

Algo semejante, aunque bajo otras condiciones y características, ha sucedido el 11 de marzo en la cancha de Huracán cuando decenas de miles de hombres y mujeres de distintas edades y condición social se reunieron para enlazar, en un giro no menos interesante y sorprendente, lo acontecido 38 años atrás en otra Argentina con lo que hoy nos interpela de una realidad apasionante en la que nada parece permanecer indiferente a lo que viene movilizando el kirchnerismo.

Poco y nada tienen en común el 11 de marzo de 1973 cuando triunfó la fórmula Cámpora-Solano Lima rompiendo 18 años de proscripción del peronismo, con la convocatoria realizada por la Corriente Nacional de la Militancia que reúne a un amplio espectro no sólo del peronismo sino de otros sectores afines al gobierno de Cristina Fernández. Poco tienen que ver aquellos jóvenes de los setenta que portaban sueños revolucionarios además de haber sido el núcleo militante que luchó, junto con una parte importante de la clase trabajadora, para que Perón regresara a su patria del exilio madrileño, con estos jóvenes del siglo XXI que han amanecido insospechadamente a la política rompiendo la inercia de la falta de participación y del predominio del hiperindividualismo propio del capitalismo posmoderno que infectó nuestras sociedades en las últimas décadas. Dos experiencias históricas muy distintas que, sin embargo, confluyeron en esta extraña cita que el presente argentino realizó en la cancha de Huracán o que, sería mejor decir, se viene gestando desde el conflicto de la 125 y se multiplicó exponencialmente durante los días de la despedida popular a Néstor Kirchner.

Dos épocas que se entrelazan pero no desde una perspectiva melancólica, esa que sólo manifiesta la tristeza por un pasado irrecuperable o que permanece paralizada ante lo insuperable de lo que quedó a nuestras espaldas como expresión de lo que ya no podremos llegar a ser. Nada de ese espíritu de museo atravesó el acto de Huracán, tampoco los jóvenes que llegaron de a miles lo hacían vestidos con las ropas prestadas y gastadas de otros jóvenes y tratando de imitarlos como si estuviéramos en un teatro en el que sólo se representan escenas de un pasado clausurado e infinitamente distante de nuestra actualidad. Ellos, los que se sintieron interpelados por Kirchner, saben perfectamente que están viviendo su propia experiencia y que las tramas de un país no se repiten sino que ofrecen, siempre, nuevas y cambiantes realidades. Pero también saben que existen hilos secretos, a veces delgadísimos y con posibilidades de cortarse, entre las generaciones; hilos que reaparecen cuando menos se espera que suceda y que se entrelazan con los otros hilos de la historia, esos que desde el presente reconfiguran con audacia lo acontecido en el pasado. Estos jóvenes se encontraron, en una cita inusual, con aquellos otros jóvenes que atravesaron con fervor y con horror otro tiempo argentino; y lo hicieron asumiendo el riesgo de caer en el anacronismo o en la nostalgia sacralizadora pero dispuestos a habilitar un presente signado por sus propios e intransferibles desafíos.

La Argentina del 2011 poco y nada tiene que ver con ese otro país de 1973. Nos separan los años cruentos, vergonzosos y miserables dominados por los perros de la noche dictatorial. Pero también se ha transformado radicalmente la relación de las actuales generaciones con la democracia invirtiendo los términos de aquella otra época en la que poco y nada del espíritu democrático parecía vivir en el interior de una sociedad que había conocido la malsana reiteración de proscripciones, golpes militares, gobiernos civiles débiles y, finalmente, una dictadura criminal como nunca antes se había conocido. Una generación, la del setenta, ilusionada con transformar el mundo y sacudida por las irradiaciones de la Revolución Cubana, la epopeya del Che y los grandes movimientos de liberación nacional que venían convulsionando al Tercer Mundo; una generación atravesada por la gramática de lo absoluto que no pudo torcer el rumbo de una tragedia anunciada y que creyó que podía tocar el cielo con las manos. Otra generación, la actual, construida su experiencia de retazos y de novedades pero habitada por la permanencia, inédita, de una democracia que, más allá de crisis y dificultades, sigue escribiendo sobre el cuerpo social una historia que parece haber alcanzado una madurez que ya nadie discute. Una generación que está necesitada de encontrar su propio lenguaje pero que también busca reconstruir los hilos que la unen con las antiguas experiencias. Delicado equilibrio entre las escrituras del ayer y las páginas de un presente que van delineando su propia interpretación.

Los jóvenes que caminaron hacia Huracán saben que son herederos de otros jóvenes; saben que llevan en sus mochilas sueños y mandatos, utopías y derrotas. Pero también saben que se enfrentan a sus propios desafíos y que es necesario, en la vida, caminar ligero de peso. Saben, o intuyen, que un puente frágil pero indispensable se ha construido entre el 11 de marzo de 1973 y el 11 de marzo de 2011, pero también saben que cada paso que se da nos aleja del pasado abriendo el horizonte de otra realidad. Saben que es bueno recoger las experiencias del ayer, que es indispensable dialogar con los relatos de otras generaciones, y saben, a su vez, que cada generación vuelve a inventarse a sí misma asumiendo sus riesgos y dándole forma a sus sueños. Allí, en ese movimiento hacia atrás y hacia adelante, se expresa la dialéctica de la historia, esos momentos únicos e intransferibles en los que lo invisible vuelve a hacerse visible y donde lo olvidado es nuevamente recordado. El poder corporativo, los cultores de la dominación, como siempre, se desesperan cuando estos “milagros” se hacen presentes en la vida de nuestro país. Algo de eso viene sucediendo entre nosotros y, en Huracán, con miles de voces cantando lo propio de esta época, nuevamente se dieron cita las multitudes que hacen la historia.

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En Huracán se reescribió, bajo las demandas y las condiciones de nuestra actualidad, la significación del 11 de marzo de 1973. Se hizo de esa fecha-acontecimiento ya no un recuerdo de un pasado mítico añorado por quienes se sienten huérfanos de sus irradiaciones, sino que se abrió paso una reapropiación inesperada y de nuevo estilo que los jóvenes de hoy parecen querer hacer con aquellos momentos del pasado que vuelven a cobrar un sentido que parecía extraviado en la noche de la historia. Como un salto de tigre, si vale la metáfora utilizada por Walter Benjamin en sus Tesis de Filosofía de la Historia, el presente trae a su conflictiva realidad aquello que se guardaba en la memoria y lo coloca en una nueva dimensión. Extrañas parábolas que se producen en el interior de una sociedad que no ha perdido sus vínculos con el pasado y que, al volver a citarlo, hace saltar los goznes de aquellas puertas que parecían cerradas para siempre.

Algo de eso, y salvando las distancias, aconteció el último viernes en la cancha de Huracán, algo de las reescrituras que guarda en su interior la vida social, política y cultural argentina y que apuntan, a lo que con extraña justeza y algo de incredulidad, señalara Beatriz Sarlo cuando, en un artículo reciente, destacó el avance de “la hegemonía cultural del kirchnerismo”. Giro de época que sorprende tanto a la derecha como a ciertos sectores del progresismo (de esos que proliferaron a partir del conflicto de la 125 y que se cansaron de hablar de “la impostura kirchnerista”) que, después de las elecciones de Catamarca, no pueden dejar de reconocer que ese cadáver que creyeron ver pasar por delante de sus casas se ha vuelto una fuerza interpeladora que amenaza con perpetuar sus ansias de transformación bajo la gramática de una escritura que recoge los hilos de tradiciones y experiencias supuestamente sepultadas pero amalgamándolas con las novedades propias de las generaciones actuales.

En Huracán se perfiló la confluencia de las múltiples y diversas fuerzas que hoy habitan el espacio kirchnerista. Allí estaban los movimientos sociales, una parte de los sindicatos, los jóvenes de La Cámpora y de otras agrupaciones, multitud de vecinos y vecinas que se acercaron sin encuadramiento al acto, rezagados de Entre Ríos que llegaron cuando se terminaba el discurso de la Presidenta pero que se sentían felices de estar ahí, militantes de fuerzas políticas aliadas y seguidores de Hugo Yasky en la CTA. Estuvo, claro, el peronismo con sus banderas y sus diversidades que hoy, de un modo mayoritario, van convergiendo alrededor del liderazgo de Cristina. Catamarca es, quizás, un claro ejemplo de esa convergencia que permitió arrojar casi a la marginalidad a los exponentes del neomenemismo federal.

Un acto que recogió la herencia de un acontecimiento que marcó a fuego a la generación del setenta y que no suele ser festejado ni recordado del mismo modo por el peronismo ortodoxo que ha preferido otros rituales y otras fechas emblemáticas a aquella que le recuerda el triunfo de “los infiltrados”. Eso, sin dudas, también marcó la convocatoria de Huracán pero la inscribió en un tiempo, el actual, que ve desde otras perspectivas lo que antes parecía un conflicto irreversible en el interior del propio peronismo. Cristina, asumiendo esto nuevo y antiguo que lleva el nombre de kirchnerismo, se encargó de afianzar la excepcionalidad de un presente en el que los jóvenes han regresado, bajo nuevas condiciones, al universo de la participación, la militancia y la política. Y allí, sin dudas, está el nombre de Kirchner como llave que les permite abrir la puerta giratoria que enlaza el pasado, el presente y el futuro. El desafío está planteado en una Argentina que no deja de sorprender allí donde el espacio público se ha convertido en el ámbito indispensable de todos los debates y donde la palabra “democracia” vuelve a reencontrarse con aquello que se había perdido cuando en nombre del propio peronismo y al amparo de la entrada del país al Primer Mundo y a la economía global de mercado se vaciaron sus mejores tradiciones. El acto de Huracán tejió, con los hilos de la memoria y la actualidad, aquello que el kirchnerismo viene desplegando desde el 2003 sorprendiendo a una sociedad que parecía extenuada y vaciada de sus esperanzas.

lunes, 14 de marzo de 2011

Largas a Vargas

El escritor peruano Mario Vargas Llosa publicó ayer en España y Argentina una columna en torno de la polémica suscitada por la invitación a inaugurar en Buenos Aires la Feria del Libro. En el texto, el Premio Nobel de Literatura alude a Horacio González, cuya carta inicial a la Fundación El Libro generó la discusión. Aquí, la respuesta del ensayista.

Por Horacio González *

Como veo que usted ha escrito en El País y lo ha reproducido La Nación, algo que en ciertas épocas se llamaba un brulote, debo responderle. Pensé, Vargas, que todo estaba claro. Que la polémica que resta se haría de un modo adecuado. Escribo esta nota para seguir defendiendo que sea así, y para ello deberé insistir una vez más que donde usted, Vargas, ve barbarie, hay civilización. Entonces, daré largas a Vargas. Es cierto que mi primera carta se prestaba a interpretaciones de diversa intencionalidad (por eso, fue aclarada y para que quedara aún más clara, retirada por indicación de la Presidenta; había volado la imaginación de varios diarios y del propio Vargas Llosa, que recordó la censura de sus libros durante el gobierno militar, en una extrapolación que no la hubiera hecho mejor su estrambótico personaje, el locutor de La Tía Julia y el escribidor). Pero la carta, al decir “lo invito a reconsiderar” y otras expresiones parecidas, no intentaba dar ninguna indicación a las autoridades de la Feria contrapuestas a la presencia de Vargas Llosa, sino a seguir interpretando la inauguración como el espacio de la voz de escritores que evitaran las típicas efusiones de cruzados de una organización política, que ante cualquier crítica menor estallan al grito de “inquisición, inquisición”. Luego, bienvenida su charla. Está muy claro que nunca hubo una supuesta cruzada contra el cruzado, limitándole sus libertades al Sr. Marqués. Cualquier espíritu que sepa evitar las zancadillas del prejuicio, la arrogancia o la testarudez, sabe que no fue así. Pero es una pena que Vargas Llosa se deje llevar por sus relaciones peligrosas. Relaciones peligrosas es una novela del siglo XVIII escrita a través de epístolas. Algo me dice, pues, esta cuestión de las cartas. Acepto que aun siendo ellas ingenuas, pueden parecer aventuradas. El tema de aquella novela admite una descripción, el encanto del libertinaje, tema de Vargas Llosa. Ahora sé que también es tema del cual también debemos ocuparnos.

En sus cartas recientemente publicadas Vargas Llosa da prueba de su mala fe (pero poco sartreana en este caso), al creer que escribe contra censores y nacionalistas. Busca enemigos fáciles, a priori repudiados en el mundo globalizado en el que se mueve. ¿Qué peor que el inquisidor y el aldeano reducido a su necedad, el pobre individuo obturado por su cerrazón? ¿Contra eso discute usted, Vargas Llosa? Si es así, no es un polemista genuino, dispuesto a comprender razones y argumentos de sus contrincantes. Se mueve dentro de grandes cli-shés despojados de espesura, esos que le festejan las derechas mundiales. No vacila, en la cumbre de su fervor por la bravata –una fruición que domina a la perfección, pero con una superficialidad que en general no tienen sus novelas–, en arrojarnos a Ernesto Guevara o a Alberdi como inculpación, y al universalismo democrático y republicano como cartilla que no poseeríamos. ¡Meras argucias del pobre polemista mal informado!

Cuando usted escribió la saga de Roger Casemet, un alma conversa que pasa de su condición de agente humanitario del Imperio Británico hasta tornarse representante juramentado del Alzamiento protagonizado por la Hermandad Republicana Irlandesa, había demostrado mayor sensibilidad hacia las ideologías del siglo, los tormentos espirituales de los hombres combatientes o los rasgos mesiánicos de las raras criaturas antiliberales que pueblan el retablo revolucionario. Se dirá que el novelista promueve un interés especial por figuras que condenará en cambio el polemista de derecha, y que las dos esferas están separadas. Cierto, pero asombra la ligereza con que actúa con personas que no conoce, cuyo pensamiento no ha consultado, montándose así en previos eslabones de desprecio solventados por el grupo Prisa. En efecto, todo es muy rápido. No podemos comprender que como novelista alguien atienda bien las múltiples conciencias de sus personajes, y como polemista sea un prejuicioso señorcito, munido de sus certezas cortesanas, sin saber el significado real del episodio que lo involucra, paseándose por el mundo impartiendo condenas episcopales y dando cátedra sobre cómo fingirse víctima y actuar como un damnificado, que no lo es. No sabíamos cuánto le gustaban Alberdi y Che Guevara, señor Vargas Llosa, si no lo hubiéramos invitado a alguna mesa redonda sobre estos temas. Pero entonces allí sería necesario considerar diversas cuestiones. Nuestro universalismo parte efectivamente del concepto de pueblo-mundo de Alberdi, expresado en oportunidad de su oposición a la guerra contra Paraguay y la simultánea guerra Franco-Prusiana. Habría que ver qué piensan sus actuales amigos sobre esos puntos. No es el mismo universalismo del abstracto cosmopolitismo globalizado, sino que es el internacionalismo con atributos libertarios, que en nuestro caso mucho inspiramos en un Jorge Luis Borges, estación que queda muy lejos de la parada Vargas Llosa.

Le informo, mi amigo, que la Biblioteca Nacional de la Argentina, entre sus tantos linajes histórico-literarios (el morenista, el groussaquiano, el nacional-popular democrático), cultiva el de Borges, especialmente en lo que se refiere al tratamiento de las fantasmagorías complementarias de la historia. Hay una de ellas, la del “tema del traidor y del héroe” que usted, Sr. Vargas Llosa conoce bien, pues en él se inspira para escribir El sueño del celta. A condición de que esa circularidad de figuras contrapuestas no paralice la historia, es un buen ejercicio ético para cultivar una prudencia esencial para juzgar los grandes caracteres del movimiento social. Si Vargas Llosa sabe de esto, ¿por qué insiste en un juego menor de considerarse la víctima que no es, el censurado que no es, el perseguido que no es, el humillado que no es y, en última instancia, el liberal que no es? Sí, porque el liberalismo, tradición ideológica compleja, incluye la consideración absoluta por los argumentos que surgen del Otro, de ahí que las grandes filosofías del siglo XX son filosofías del Otro en diálogo trascendente con las filosofías del liberalismo de otras épocas.

Me refiero a las grandes herencias del hegelianismo, el marxismo, la fenomenología, el existencialismo, el psicoanálisis lacaniano, y sin duda también de Heidegger, cada uno con sus diferencias y dificultades. No hacen otra cosa que replicar en variados ambientes históricos las grandes conquistas antiabsolutistas del liberalismo revolucionario. La conversión incesante a la que Vargas Llosa somete a sus personajes y opiniones, lo hace hoy un protagonista especial de la transformación del liberalismo de la alteridad (y algo de eso sabía cuando le escribió su buena carta a Videla para pedir por los escritores desaparecidos) en un liberalismo repleto de astucias aprendidas en los laboratorios de una derecha internacional poco afecta al debate, pero insaciable en la invención de villanos y esperpentos con los que sería pan comido debatir. No somos eso, Sr. Vargas. Si desea discutir, cuando dé sus conferencias entre nosotros, trate de afinar sus argumentos para que no sean simples fachadas con las cuales confundir a las buenas conciencias sobre los gobiernos populares que usted busca debilitar. Lo escucharemos de todas maneras, pero lo preferimos en su mejor agudeza antes que en su enunciación chicanera. No le hace bien quedar a un nivel inferior a la de las más débiles “zonceras” que el escritor argentino Arturo Jauretche supo criticar con ironía.

Si se le pudiera decir algo a Vargas Llosa –a su sensibilidad de novelista, no de articulista mal informado– le indicaríamos que deje de inventar hombres infames y réprobos, prefabricados en el laboratorio creado por alquimistas duchos en moldear marionetas como contrincantes, con las que les sería fácil discutir y derrotar sin la molestia del argumento. Si aun no le molesta argumentar, Sr. Vargas, ensaye hacerlo con nosotros, que no somos lo que usted caricaturiza sin resguardar estilo ni cuidado. El buen liberal, si no es excesivamente de derecha, dice que el ser es lo que es, pero que puede cambiar. Usted, como liberal, parece en cambio un arrebolado dialéctico de las catacumbas más atrevidas: el ser no es lo que es y es lo que no es. Y así, le gusta debatir contra espectros de su propia imaginación y encima se convierte en guevarista. Se lo festejamos. Cuando ofrezca sus conferencias quizás tendrá oportunidad de aclararnos tantas confusiones, y si se lo permite su papel de monarca en el Olimpo desde los que manda sus rayos de Júpiter sin averiguar de qué se trata, acaso se anime a debatir estos temas sin recurrir a injurias, que no lo favorecen, pues incluso el arte de injuriar requiere estar antes bien informado. Relea los consejos de Borges al respecto. O vea cómo debatieron, escribieron y formularon un universalismo desde su circunstancia peruana, José Carlos Mariátegui o César Vallejo. Confío, Vargas, que no los haya olvidado.

Fuimos nosotros los que dijimos que lo respetábamos como novelista, no sólo las suyas de los inicios, sino también las de su madurez. Es que tuvimos en cuenta para eso la condición amplia del lector contemporáneo, el lector que a pesar de ser buen custodio de sus propias exigencias, también se entrega a las obras bien planeadas y escritas, aunque salidas de un gabinete de recursos y géneros que ya no reservan sorpresas mayores. Si nos colocamos en las posiciones más rigurosas, es evidente que este es su caso, al ofrecer ahora una novelística para un lector abstracto internacional, facturada con buenos recursos, pero ajena a la aventura de las lenguas que se piensan a sí mismas en su argamasa interna de disonancias y experimentaciones.

Ahí, nos permitimos dudar de que usted siga frecuentando los horizontes de la gran novela –las de Faulkner, Conrad o Flaubert que esgrimiera en sus primeros escarceos–, sustituidas apenas por las técnicas del buen artesano. Créanos, Vargas Llosa, abra su escucha a quienes no sólo no lo censuramos ni lo injuriamos, escuche a quienes bien lo hemos leído y decidimos entablar una discusión con usted; no asemeje su labor literaria en lo que le queda de elegante, bien resuelta, sin duda ingeniosa, con los atributos del panfletista desflecado (adjetivo de David Viñas), que ve amenazas inexistentes, horrorosos nacionalismos, inquisidores atrabiliarios y otras yerbas del bestiario del ciudadano exquisito. ¿Nosotros atados a los postes restringidos de cualquier cierre cultural? No, amigo mío: somos hijos de José Martí, universalista latinoamericano, y de José Lezama Lima, poeta irredento. Nunca nadie quiso impedir sus conferencias; ahora le pedimos que las dé si es posible con los temas de este debate, que se informe adecuadamente sobre las ideas que trata de embestir, y una vez cumplido, que trate de exponer caballerescamente sus ideas, como en otros tiempos supo hacerlo. La ciudad que todos deseamos ver sin el mundo viscoso de las órdenes y oscuros poderes que usted caracterizó y criticó muy bien en sus primeros escritos, lo espera para un digno debate. No se hurte de él con esas fáciles prisas por el agravio inútil.

* Ensayista.

domingo, 13 de marzo de 2011

¡Hasta Siempre David!

Tapa espectaculos



PÁGINA /12. SÁBADO, 12 DE MARZO DE 2011

El sacramento laico

Por Horacio González .

Escucharlo en sus últimas conversaciones era estar ante un raro sacramento laico. Habló de contornos para decir que había que ir a lo lleno, a lo pleno, sin olvidar los trazos más finos y autónomos de la existencia. Ya había ahorrado del diálogo la parte en la que otro interviene. En su monólogo lleno de cortes y trituraciones, estaba todo el mundo que había vivido. Sus dos tías, una católica y la otra comunista, le informaron en la primera infancia que todo sería materia de opción, opción en el desgarramiento, lo que muchos años después contaría con una magia llena de silencios e ironías. Su última novela, Tartabul, está llena de esas voces cuyo hilo no es fácil de seguir, porque reclamaban el David hablante para una aclaración posterior. Reclamaban su palabra viva llenando los huecos que deja toda conversación, pero cada vez ganaba más espacio el arte del implícito, hablar con dos o tres mendrugos capturados del basural del lenguaje. Hablar él lo convirtió en duelo, fina esgrima, muerte no del adversario sino de algo que había que descubrir en el parlotear diario, donde yace el síntoma de una sumisión. Cuando se trata de hablar como acto emancipado, se expulsa toda pedagogía, enseñanza, rezo o definición. Si un profesor piensa en que algo puede enseñarse, Viñas enseñó y desenseñó, dejó que su lengua viva, como ejercicio de una negatividad artística, horadara su ser de profesor. Espectáculo único, prohibido para pensamientos encogidos.
Para Viñas hablar realmente era una agonía de espadachín que tajeaba y se tajeaba. Buscaba señalar con fintas de ironía los lugares donde el armazón del mundo se caía en una agachada, en una frase inesperadamente aduladora, en una forma de escribir con ornamentos falsificados que no pertenecían a ningún cuerpo. No era fácil, no la hizo fácil y su cuerpo ido, su cuerpo embargado, aún inspiraba, entubado en el lecho del Sanatorio Güemes, el ofrecimiento de unos últimos destellos de resistencia. Parecía asombrado por la escena de una muerte que lo sobrevolaba, infectado de hospital, sin la humareda última del bar, su recinto de fumador póstumo, comentando toda minucia diaria para ponerla en un orden cósmico.
Era el libertario orden de la ciudad secreta, que veía como prolongación de su cuerpo, con la idea de que tener un cuerpo es tener un estilo. Entidades macizas, la historia, las clases sociales, la política, el teatro, los amores, a todo lo sometió a una investigación sobre el estilo, o sea, al modo en que los hombres escriben en su charla los signos de su sobrevivencia o de su muerte. Partió de la sociedad para ver la literatura, como Sartre o Lukács. Pero luego invirtió todo, pensando desde un radical trazo fino que era la ética personal hecha de la esgrima del conversador. Allí estaba entero, con su historia personal integrada a la tragedia del mundo.
Escribir, dijo una vez, era como poner obleas sobre superficies rugosas. Era lo práctico, lo vehemente, lo sudoroso, lo que homologaba los movimientos del cuerpo a una metáfora de acción o a un “envío”. Hablar era enviar. La retórica, del gran retórico que fue, era incidencia y fusión con el mundo, construcción real. Siguió “enviando” y “reenviando” hasta el final, poniendo obleas como gesto inflamado, enojoso, haciendo de la escritura una tragedia del honor. En el detritus del mundo estaba la salvación plebeya por el honor de los solitarios, fumando en su cartuja hasta el incendio de las paredes. Fumar lo concibió también como un riesgo. Virtudes aristocráticas servidas en la bandeja de las luchas sociales, el tema que nunca consiguió hablar a fondo con las izquierdas que lo apoyaron y que él apoyó, él, un yrigoyenista libertario, como bien lo comprendió Jauretche, alguien que mucho se le parecía.
Secretamente, vivían en David Macedonio Fernández, Lugones, Martínez Estrada, Arlt y Mansilla. También Sarmiento. A todos los zamarreó, los encumbró y los hizo pasar por su vientre, o los hizo caer sobre su rostro y los devolvió transformados, englutidos, como decía él a propósito de otras cuestiones. Englutir era cuando alguien que parecía libre se dejaba tragar por el régimen. Era su tema, el proceso de su cuerpo que lanzaba frases de modernista antropófago, ese mundo simbólico que podía comerse y también nos devoraba. Borges estaba deglutido en Viñas y Viñas en Borges, más allá de que mutuamente se ignoraron. Habrá que considerarlos así ahora, y por eso, esta muerte privada de Viñas, es otro avatar de la muerte, de la otra muerte de Borges.
* Sociólogo. Director de la Biblioteca Nacional.

 

“No tengo como proyecto vivir en paz”

“Escucho su opinión.” Así dijo, con la voz bronca asomando entre los bigotes, con su tono exigente y un poco socarrón pero también cariñoso (“calidez iracunda”, definió alguien), los brazos en jarra, el vaso de vino a la mano. Era una reunión en casa de Ramón Alcalde –¿o de León Rozitchner?–. El tema era las leyes de punto final y obediencia debida, ¿o era alguna otra cosa? No importa: para él siempre había un tema, una urgencia sobre la cual demandaba que el otro se pronunciara –normalmente él era el primero–. “No tengo como proyecto vivir en paz”, dijo en una entrevista más o menos reciente. Sería un buen epitafio. Podría, incluso, darse vuelta: “Tengo como proyecto no vivir en paz: hacerles la guerra”. ¿A quiénes? No solamente a la “violencia oligárquica” –como dijo muy bien Piglia–, sino también a esa otra forma de violencia artera, la de los biempensantes cuidadosos, prudentes, equilibrados, que hacen crítica “progre” como quien toma té con masas finas, arrastrando largas frases de juicios ponderados. David no arrastraba. David cortaba. En la lengua rioplatense –Viñas no hablaba, no escribía, en “castellano”, no digamos ya en “¡español!”– no hubo nadie que usara la puntuación y el “acento” como él. Los usaba, quiero decir, como arma, como ariete y catapulta; a veces garrotazo, a veces piña, a veces afilado bisturí: el estilo-estilete, marca Viñas. La puntuación no es en él un necesario recurso sintáctico –no hay “necesidad” alguna en la puntuación viñesca–: es una embestida contundente para atrincherar una cuestión. Eso le daba a su escritura una cualidad jadeante, entrecortada, como de “montaje paralelo” (volví a ver hace poco Dar la cara, de Martínez Suárez, y El Jefe, de Ayala, sobre novela y guión de Viñas respectivamente: están bien, pero la escritura de David es más “cinematográfica”). La escritura, y la oralidad: tampoco conocí otro escritor que hablara como escribía, o viceversa. Célebremente, introdujo en la literatura (y en la crítica: otro asombro es que mantenía el estilo cuando cambiaba de “género”) el verbo “cojer” con “j” (“que agarren los gallegos”, sorneaba); y hay palabras de Viñas que ya ingresaron a los sobreentendidos de nuestra habla literaria: si en Borges es “espejo” y “laberinto”, en Viñas es “ademán” y “andarivel”. Son cosas que hacían que con él cualquier conversación en La Paz (una ironía, ante aquella frase-epitafio) fuera un debate público; es que escuchaba con la misma vehemencia con la que respondía o atacaba. Y, por supuesto, estaba en su salsa cuando lo contradecían. “Un intelectual no puede nunca ser oficialista”, espetó en otra entrevista (me atrevo a citarlo, porque creo en los lugares de enunciación: no es lo mismo dicho aquí que en otros espacios donde sólo se escuchan los clarinetes de la nación). Muchos –con todas sus razones– no estarán de acuerdo. Yo sí: lo cortés no quita lo valiente, y todo eso. Pero lo que yo piense no tiene importancia. Lo que debería importar es cómo hizo para mantenerse corajudamente en esa cuerda floja, en ese “andarivel”. No para tomarlo como “modelo”, algo que aborrecía; simplemente, para recordarlo subido ahí. ¿Algo más? Sí –y vacilo en decirlo, en aprovecharme de la ocasión, en hacer oportunismo con la oportunidad; pero creo, apuesto, a que él hubiera querido que asumiera el riesgo–: David nunca fue invitado a inaugurar la Feria del Libro. Como corresponde.
* Sociólogo.

 

El segundo en partir

Por Osvaldo Bayer
Querido David: de nuestro “grupo de los cinco” sos el segundo en partir. El primero fue el Gordo Soriano, el más joven de todos nosotros. Ahora nos abandonás vos. Eras del ’27, igual que Walsh, igual que yo. Pero nos decías que eras del ’29, ¿te acordás? Y cuando te lo reproché y te dije: “No te hagas el coqueto”, me respondiste: “¿Y qué querés? Si en la solapa del último libro que editaron me pusieron que nací en el ’29... No los voy a desmentir ahora”. Una de tus tantas salidas simpáticas. Recuerdo nuestras reuniones en El Tugurio, los jueves. Siempre el Gordo Soriano llegaba más tarde. Lo hacía a propósito para tirar sobre la mesa el tema que se iba a discutir. Y siempre elegía un tema para que se agarraran vos y Rozitchner. Y acababan siempre ustedes a los gritos, parados. Era cuando Soriano sonreía, pícaro, viendo que los había hecho engranar. ¿Te acordás? Fue en la última mitad de los ochenta y en la primera del noventa. Empezábamos siempre bebiendo champán, como señoritos franceses. ¡Y que se jodan los socialistas! Como decía el Paco Urondo cuando iba a cenar a un restaurante de primera.
Te conocí a mediados de los cincuenta cuando volví de estudiar en Alemania. Por supuesto que nos presentó Rogelio García Lupo. ¡Qué tiempos aquéllos! Y nos empezamos a reunir para hablar del peronismo, discutirlo y observar todo ese movimiento creado por los Aramburu, los Manrique y compañía. Y así, Frondizi y la gran desilusión, las traiciones, las divisiones, pero siempre el ansia de lograr una Argentina mejor. Pero otra vez las dictaduras, las prohibiciones, las persecuciones. Y luego el injusto y largo exilio. Me acuerdo cuando me visitaste en Berlín, en mi bulín del barrio reo de Kreuzberg, cuántas anécdotas, cuántas vivencias... tu dolor infinito con la desaparición de tus hijos. Pero quedan tus libros. Esos estarán siempre presentes en la vida literaria argentina. No los podrán hacer desaparecer nunca. Bien, David, ya continuaremos el diálogo. Allá arriba, en los Campos Elíseos, y con el Gordo también. Y con champán, como en El Tugurio.

 

Hueso duro de roer

or Guillermo Saccomanno *
Respeto, eso imponía Viñas. El respeto hacia una especie extinguida, cruza de guapo (porque las ideas a veces hay que defenderlas no sólo con palabras) con intelectual (porque no basta con poner el cuerpo). Coraje intelectual, digo. Tenía calle, mucha, y sofisticación literaria para leer la realidad. Supo imprimirles ese respeto a sus seguidores y aun más a sus adversarios, aunque nadie se le animaba. No es que le tuvieran miedo por su presencia física: le tenían miedo en el debate. Lo físico era una excusa para no discutirle. No era que Viñas tuviera siempre razón. Pero le pegaba en el poste al cuestionar. Sin ser peronista, de joven le tomó el último voto a una Evita moribunda hospitalizada. Cuando salió con la urna (está filmado) y vio la masa de humillados y ofendidos rezando por su santa definió la escena como tolstoiana. Y eso le cambió la perspectiva del peronismo. Podía ser crítico, pero no gorila. Tenía experiencia. De dolor. Propio y ajeno. Quizá la única experiencia que cuenta, la de dolor, la que permite a veces sonreír. Desde hace años consideraba la realidad con escepticismo. Y tenía sus motivos. Nadie leyó la violencia política de nuestra literatura, desde Echeverría a Walsh, con semejante agudeza. Se le criticó que, en su tensión, sus ensayos eran narrativos. Como si la tensión fuera patrimonio de la ficción y la crítica pura distancia, ecuanimidad y no una toma de partido. Su fama de ensayista polémico opacó un tanto su obra de narrador. Si su Literatura argentina y realidad política lee nuestra historia, su vasta producción narrativa la cuenta. Cuando estuvo de profesor en Letras fue capaz de parar un cuatrimestre en Walsh, eso en los ’90 nada menos. Tartabul, su última novela publicada, fue prácticamente ignorada por la crítica. Previsible. Aquellos que se la tiran de haber leído a Joyce no se animaron a esa novela con ecos de Mansilla, Cambaceres, Arlt y Marechal. Tartabul conjugaba la conversación elevada con lo plebeyo, la perspicacia de lo social con la intimidad que se esconde, la diatriba con la chicana que sugiere más de lo que redunda tanta ficción apoltronada en el lenguaje neutro de la literatura “marketinizada”. Viñas desnudaba, en un discurso al que había que entrarle, las marcas de la violencia política, la complicidad civil, la tendencia acomodaticia de los chupamedias del poder. No es que Tartabul fuera ilegible. El problema no estaba, no está, en la escritura como en el compromiso del lector. Porque Viñas era exigente. Les exigía a sus lectores lo que él se exigía como lector. En tiempos de tilinguería editorial, Viñas era un hueso duro de roer. No será fácil que alguien tome la posta. Y será triste pasar por la vidriera del bar La Paz y no encontrarlo ahí, sentado, fumando, leyendo, anotando. Escribiéndonos.
Escritor.

Pequeñas escenas inolvidables
 Por Daniel Divinsky *
1) Librería de Jorge Alvarez, década del ‘60, encuentros frecuentes con David, muy admirado por mí tras leer Los dueños de la tierra. Un día caminamos juntos desde Talcahuano hasta Callao y le explico que mi admiración me impide tutearlo como hacía con todos los que allí se reunían. En lugar de alentarme a hacerlo, comenta: “¿Vio que a veces pasa eso?”.
2) Reunión vespertina en mesa de Edelweiss junto a un ventanal a la calle que ya no existe. Grupo de amigos acompaña a los editores De la Flor buscando con cerveza el título del primer libro de la editorial, una antología sobre Buenos Aires. Pasa David frente a la ventana y a la consulta contesta sin dudar: “¡Pero, viejo, eso es Buenos Aires de la fundación a la angustia!”. Y así quedó.
3) Faltaba un texto fuerte para cerrar ese rejunte y se lo pedimos a David. Por módico pago escribió en dos días “Buenos Aires, primera Capital Socialista de Sudamérica”, un delirio político muy divertido, una de sus pocas incursiones en el humor.
4) Con la idea de incluir en el catálogo autores argentinos importantes, aunque fuere reeditando obras no recientes, contratamos Los años despiadados. Pidió corregir las pruebas. Cuando las devolvió hubo que componer todo el texto de nuevo: había introducido todas las malas palabras que no se usaban por escrito cuando se publicó la primera edición.
5) Aceptó con entusiasmo el año pasado la propuesta de que publicáramos Los dueños... como novela gráfica y vino a la editorial a firmar el contrato (con autorización de Losada). Lo festejamos con un almuerzo junto a Juan Carlos Kreimer, director de la colección y autor de la adaptación. Ya la edad había dulcificado sus aristas y le ofrecimos salir por la puerta que da a Bulnes, escalera menos empinada que la de la entrada principal. El zaguán está separado de la calle por un tramo de escalones que bajó muy cuidadosamente, bamboleando su corpachón: “Gran invento la escalera –dijo–, pero mucho más grande el pasamanos”. Hoy esa escalera tiene los pasamanos que no tenía. En confianza, los bautizamos con su nombre.
* Editor.


miércoles, 9 de marzo de 2011

Un homenaje y un pedido de las Madres de Plaza de Mayo a la Presidenta

Con un acto frente a la Casa Rosada, la Asociación Madres de Plaza de Mayo homenajeó a Cristina Kirchner y la instó a postularse para su reelección: "Le queremos decir: Cristina, todo el pueblo te necesita. Sabemos que te estamos pidiendo un esfuerzo muy grande, pero estamos dispuestos todos a ayudarte y apoyarte", enfatizó Hebe de Bonafini.

Para la dirigente, "Cristina es la mejor mujer que tiene este país, la que nos ha dado todo y nos sigue dando todo, nos está entregando la patria y todo el tiempo y la responsabilidad es nuestra".

Del acto participaron varias miembros de la agrupación, además de transeúntes y personas que se convocaron para apoyar el homenaje. La primera mandataria no asistió -de hecho su presencia nunca había sido confirmada- porque aún no regresó de El Calafate.

“El amor y la pasión nos llevarán al triunfo”, rezaba una gigantografía montada sobre el enrejado de la sede del Ejecutivo nacional, con la imagen de la jefa de Estado junto a Eva Perón en un fotomontaje donde ambas levantan su brazo saludando desde el balcón de Casa de Gobierno.

Se trató de “un regalo que le quisimos hacer, porque este es el mejor balcón, el de Eva y el de Cristina", comentó Bonafini al lado de la gigantografía de 5 metros por 2, en que se leía la firma de Madres de Plaza de Mayo. "Eva dio su vida y Cristina la está dando, porque está viviendo un momento muy duro", explicó.

Bonafini también afirmó que la Presidenta "es como Nilda Garré (la ministra de Seguridad), hacen una pareja increíble, para todo lo que hacen hay que tener muchos huevos, muchas pelotas, muchos ovarios; ellas aman al pueblo".

"Néstor (Kirchner) nos dijo que nosotras éramos sus madres, y Cristina nos trata también como si lo fuéramos, por eso nos acerca todo lo que hace, piensa y construye y todo lo que significa por haber sido una militante de la época de nuestros hijos", concluyó.

sábado, 5 de marzo de 2011

Vargas Llosa y el liberalismo

Publicado en http://www.grupofueyes.blogspot.com/ el viernes 4 de marzo de 2011
Les reenviamos una nota de Horacio González publicada por Página 12 el 16 de Enero del 2011. Ya entónces Horacio hacía punta en el debate y la critica a un personaje que por varias razones conocidas está más cerca de los ideologos del pentagono que de las democracias latinoamericanas.


También agregamos la carta que inició el debate y un pequeño reportaje que publica Página donde Horacio intervine para que la sangre no llegue al rio y como un "león herviboro" rescata los consejos aristotélicos sobre la política: la prudencia, áun en el error.


González hizo público algo que muchos pensamos, y en esta y otras partidas, compatimos las filas y el orgullo de tenerlo como director de la Biblioteca Nacional en el proyecto nacional y popular que encarna nuestra presidenta.


Saludos a todos.

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Por Horacio González

No es fácil reprobar el liberalismo si lo vemos en el largo ciclo de gestación del mundo moderno. Sentimos esa dificultad aun ahora, cuando todavía se lo invoca bajo el criterio tradicional de la intangibilidad del individuo frente a la “razón de Estado” o ante los poderes corporativos. El caso de Robert Cox y su ejemplar actuación al frente del Buenos Aires Herald en los años ’70 sirve para evidenciarlo. Por supuesto, mirado el liberalismo a través de su evolución contemporánea, aparecen rostros suyos ya no tan decorosos. Especialmente, el de no ser más una ética de la responsabilidad política sino el último refugio de las más crudas derechas económicas. Desde esos cortinajes emanan las críticas a las políticas públicas, a las intervenciones razonadas del Estado, a los populismos social-democráticos y a los socialismos épicos del siglo ya transcurrido. Ya sea porque el liberalismo se convierte en un pretexto para exhibir mutiladas fórmulas conceptuales en sociedades que requieren nuevas armazones institucionales, ya sea porque las instituciones de la civilización son instrumentadas para acunar nuevos despotismos económicos, el liberalismo es una palabra remanente, vencida. No lo ha derrotado ejército alguno. Es víctima de sus propias inconsecuencias: no dice ya lo que su significado remoto quiere decir, ni quiere decir ahora lo que en sus historias antepasadas había significado.

Pero una situación interesante se presenta en relación con la obra de Mario Vargas Llosa. Su última novela, El sueño del celta, contiene un breviario del credo liberal de quien la escribe, a la manera de una novela de tesis pero, como veremos, invertida. Es la historia de un personaje históricamente existente, que se situará en los antípodas de ese mismo credo. En verdad, Roger Casement, en su dramática conversión desde su papel de cónsul humanitario del Foreign Office a diplomático prominente del ejército de liberación irlandés, nos sorprende como una figura fanática, un militante iluminado y cercano a un orden sacrificial, tal como los que Vargas Llosa acaba de condenar en su discurso de aceptación del reciente Premio Nobel de Literatura.

El novelista premiado condena; pero el novelista sumergido en la penumbra de su gabinete literario traza de manera honrosa el via crucis de su personaje. ¿Cómo pensar esta discordancia? Ya Vargas Llosa, que ha pulido para alivianar en sí mismo todo lo que había recibido de Faulkner, Flaubert o Conrad, lo ha explicado muchas veces. La novela moderna nace del distanciamiento de los autores respecto de sus personajes, produciendo una voluntaria e irónica suspensión del juicio moral que fundamenta el oficio mismo del escritor.

Vargas Llosa se ha informado en bibliotecas y archivos para construir la historia de Roger Casement, biografía trágica de la insurgencia irlandesa a comienzos del siglo XX. Su periplo afiebrado, propio de un poseído, es seguido por Vargas Llosa con su trabajo bien probado de novelista. Ciertamente, no deseamos ser quienes al discutir con él neguemos sus destrezas. En el Congo belga y en el Amazonas peruano, los informes de Casemet, obtenidos a partir de grandes escenas de ludibrio y suplicio, cumplen con la premisa del personaje tan exaltado como piadoso. Fulmina a los representantes europeos del colonialismo y los empresarios vernáculos que sostienen con formidable hipocresía una fachada empresarial con sede en Londres y, simultáneamente, feroces técnicas de servidumbre en el interior de las selvas y posesiones de ultramar.

Pero aquí hay una primera observación a realizar, que Vargas Llosa deja flotando: el hechizado Casement, ciertamente con el apoyo de la diplomacia inglesa, pone la denuncia a los explotadores colonialistas en el gesto primordial de su acción. Esto originará quiebras empresariales, abandono de poblaciones, pérdida de espacios económicos que podrían ser sometidos a otras ocupaciones tanto o más siniestras. Cualquier tema que asuma el fanático, aun el que sea justo de toda justicia, puede provocar peores efectos que los que contribuiría a evitar. Implícita moraleja liberal: cuidado al intentar impedir los males, podemos agravarlos.

¿Era entonces la manera correcta de proceder? Casement tiene inclinaciones mesiánicas. Sus elecciones morales son las adecuadas, pero las consecuencias de su acción son las producidas por un verdadero “fundamentalista”, concepto que Vargas Llosa no emplea pero ha surgido de la fragua contemporánea de la conciencia liberal aligerada de densidades históricas. La lección de Vargas Llosa –no del novelista sino la del hombre de profesión de fe liberal– sería equiparable a la de quien se indigna por la esclavitud moderna pero no aceptaría un denuncismo desatinado que no mida las consecuencias de su denuncia. Pero no es esto lo que está planteado en la literalidad de El sueño del celta. Vargas Llosa está genuina y ficcionalmente amarrado a su personaje y lo necesita extremista, en su oficio de ángel revelador de todas las penurias humanas, para justificar luego la plena asunción por parte de Roger Casement de la causa de la Irlanda irredenta.

Es ahí, ya convertido en un nacionalista radical, que mostrará su veta fundante, una militancia alucinada en un momento histórico singular, a la que es llevado por haber asimilado la situación de opresión en el Congo y el Amazonas con el avasallamiento que ejerce Inglaterra sobre Irlanda. Casement era partidario de asociar la insurrección irlandesa de 1916 a las operaciones del ejército alemán contra Gran Bretaña. Son temas que difusamente arrastran, con algunos ecos sofocados, ciertos nombres argentinos. Allí están las obras de Scalabrini Ortiz, de los hermanos Irazusta, el nacionalismo antibritánico, desde luego, y la veta “irlandesa” de la política nacional, un Walsh, un Cooke, y por qué no el coqueteo “irlandés” que realiza el “probritánico” Borges en Tema del traidor y del héroe, al que sin duda Vargas Llosa rinde tributo.

Una segunda cuestión es entonces la conversión de Casement desde su condición de agente humanitario del Imperio, en el límite del escándalo, hasta tornarse representante juramentado del Alzamiento protagonizado por la Hermandad Republicana Irlandesa. Si su ultrismo de denunciante de la explotación colonial dejaba consecuencias heréticas para los Imperios, su tesis de la alianza con la Alemania del Kaiser tenía sus dilemas, aun para los cenáculos iluminados por el santoral político de los partisanos de Dublín. Dijimos que la novela de Vargas Llosa sería asemejable a una tesis vista por el revés: el fracaso de la iluminación mística lleva a que la conciencia liberal sea la salida política para el mundo. Pero no sólo no lo dice así, sino que sus personajes, como en casi todas su novelas –basta recordar la Historia de Mayta, La guerra del fin del mundo, Pantaleón y las visitadoras, la misma Conversación en la Catedral–, son sujetos inocentes que poco a poco ascienden a la cima de un poder que es sectario y demoníaco. Son tratados, sin embargo, a la luz de la empatía que les presta el novelista, aunque luego en sus foros liberales a éste le será fácil enviarlos al cadalso. Si esto es posible, entonces se resienten sus propias novelas, posiblemente ya engendradas para que el ciudadano liberal cosmopolita Mario Vargas Llosa condene los temas y personajes de las novelas del escritor peruano Mario Vargas Llosa.

Lo que tienen de tesis las novelas de Vargas Llosa, entonces, suele estar menos en sus propios desarrollos que en los actos políticos del liberalismo un tanto fanatizado del escritor en tanto ideólogo –pues con alguna compensación personal tenía que contener su sinuosa predilección novelística por esas almas extremas, atormentadas–. Bajo el peso de sus mismas inmolaciones, ha condenado en el tribunal del Premio Nobel a los sediciosos utópicos, a los cándidos militantes, a los obcecados revolucionarios al borde del escepticismo, que son sus polichinelas y esperpentos, a fin de mostrar un liberalismo universalista, munido de un sumario antitotalitarismo, llamando a “recuperar las libertades” en Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua. Además, poniendo como ejemplos relumbrantes a Chile o a Brasil. Naciones réprobas o naciones benditas, aquí tenemos sus temas del “traidor y del héroe liberal” en materia de países.

A la Argentina en su discurso no la nombra, deja la tarea para lugartenientes y vicarios. Asimismo convocará a desterrar las quimeras revolucionarias y las militancias expiatorias. Todo un programa, que solemos leer, profusamente reiterado, en muchos articulistas del diario La Nación, y en tantos otros, si deseáramos evocar con propósito polémico el rastro que deja por el mundo este vigía de “las libertades en peligro”.

¿Hay una novela liberal? Si las hubiera, lo serían por su estilo. Por ejemplo, las de Jorge Amado lo podrían ser, pero no por sus temas ni por la voluntad del propio escritor brasileño, por cierto bien recordable por sus compromisos sociales. Vargas Llosa, en cambio, si bien ha esmerilado los toques de realismo simbolista, irónico y educadamente decadentista que de alguna manera lo inspiran, ha conseguido como hombre público hacer emplazamientos de alerta dirigidos a los espíritus “edificantes” en torno del “populismo”, el “intervencionismo estatal” y otras señaladas malignidades que exhorta a repudiar. ¿Es esto lo que lo llevaría a execrar buena parte de sus elecciones literarias, esas conciencias aventurescas que pone en juego? Como hombre político liberal acaso está en el extremo opuesto de mucho de lo que expone en sus ficciones históricas, pero es como si quisiera decir que sólo después de arduas conversiones personales es posible ser un buen liberal.

Si muchas de sus criaturas eligen conversiones hacia la fascinación insurreccional, él las experimenta desde hace mucho tiempo en dirección a la zona de las Fundaciones Internacionales del Liberalismo en todas sus ramificaciones económicas y acepciones: el hipócrita liberalismo de combate, de índole empresarial, el más chirle de índole profesoral, el que alienta procesos de desestabilización en las grandes experiencias políticas latinoamericanas y finalmente el de los conversos.

Todo tiempo histórico sabe mucho de conversiones morales e ideológicas. Es su máximo resorte. El drama de la conversión de Leopoldo Lugones, un extraño liberal, antes socialista, en dirección a una heroicidad insufrible o hacia jefaturas oraculares, siempre fue más interesante que las conversiones de los hombres de izquierda hacia la cartilla liberal. Es que el converso es la prueba de fuego de cualquier empresa política o ideológica. Como siempre ha ocurrido, todos cambiamos y lidiamos con distintas explicaciones autobiográficas sobre nuestros cambios personales. Pero no es noble ofrecerse como converso para avalar las figuraciones que antes reprobábamos, pues en este caso es adecuado, cuanto menos, el gesto del futbolista que no festeja su gol en la valla del equipo en el que antes jugaba.

Héroe de la gran prensa establecida en esas estaciones de reaccionarismo cultural y político, Vargas Llosa es casi un nombre argentino. No ve la compleja pero atractiva hora que vivimos, quiere sacudírsela de encima, pero deja convivir en él los rastros de sus viejos símbolos rotos y la conciencia ya asentada del temor por su propio pasado. Se pasea como marioneta ambulante, aunque no tiene derecho a aleccionarnos sólo por seguir escribiendo sobre los personajes turbulentos de una historia demasiado familiar. No es respetable, aunque sus fantasmas puedan serlo.

* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.

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Sr. Carlos de Santos

Presidente de la Cámara del Libro

Estimado Carlos:

Ha cobrado estado público la sorprendente presencia de Mario Vargas Llosa como partícipe central de la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires. Le escribo como ciudadano, como director de la Biblioteca Nacional y como lector que aprecia la literatura de Vargas Llosa, a quien he seguido desde La ciudad y los perros hasta El sueño del Celta. No me mueve así ningún despecho ni deseo de limitar su voz –que no precisaba del Premio Nobel para ser justamente difundida- al decirle que considero sumamente inoportuno el lugar que se le ha concedido para inaugurar una Feria que nunca dejó de ser un termómetro de la política y de las corrientes de ideas que abriga la sociedad argentina. ¿Pero no sería este el máximo nivel de facciosidad al que llegaría este evento que a lo largo de los tiempos atravesó toda clase de vicisitudes y supo mantenerse como digno exponente de la cultura universal del libro? Es sabido que hay dos Vargas Llosa, el gran escritor que todos festejamos, y el militante que no ceja ni un segundo en atacar a los gobiernos populares de la región con argumentos que lamentablemente no solo deforman muchas realidades, sino que se prestan a justificar las peores experiencias políticas del pasado. Mucho tememos que no sea el Vargas Llosa de Conversación en la Catedral el que hable en la Feria sino el Vargas Llosa de la coalición de derecha que en estos mismos días realiza una reunión en Buenos Aires. Considero que para la inauguración hay numerosos escritores argentinos que pueden representar acabadamente un horizonte común de ideas, sin el mesianismo autoritario que hoy aqueja al Vargas Llosa de los círculos mundiales de la derecha más agresiva (aunque so pretexto de liberalismo), que diferenciamos del Vargas Llosa novelista, que mantiene viva su sensibilidad como autor de grandes ficciones del realismo histórico-social. Lo invito a que reconsidere esta desafortunada invitación que ofende a un gran sector de la cultura argentina y que junto a las respectivas comisiones directivas de la Fundación El Libro determine que la conferencia de Vargas Llosa –que podríamos escuchar con respeto en la disidencia- se realice en el marco de la Feria pero al margen de su inauguración, y que para este evento inaugural, como es costumbre, se designe a un escritor argentino en condiciones de representar las diferentes corrientes artísticas y de ideas que se manifiestan hoy en la sociedad argentina.

Afectuosamente

Horacio González

Director de la Biblioteca Nacional

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Por Silvina Friera

Horacio González tuvo una jornada agitada. Empezó a recibir llamados de las radios a las seis de la mañana. No necesita decir ni una palabra: sus ojeras hablan solas. Pero el cansancio no menoscaba su ironía barroca. “Esta fue mi carta retirada, así como en la gran literatura de (Edgar Allan) Poe y en el psicoanálisis existe la carta robada”, bromea el sociólogo. El director de la Biblioteca Nacional dice que mantiene su opinión sobre Mario Vargas Llosa y que le gustó poder conversar con la presidenta Cristina Fernández. “Este episodio creo que aumenta la capacidad pulmonar democrática del país, considerando que la propia Presidenta intervino en él”, subraya en diálogo con Página/12.

–¿Cómo tomó la decisión de Cristina Fernández? ¿Cree que fue “desautorizado”? –El diálogo con la Presidenta fue muy amable y extenso, en dos oportunidades: a la mañana, antes del mensaje parlamentario, y a la tarde. Tomó con mucho interés la cuestión, hizo preguntas y me pidió que hiciera una carta que expresara también el contenido de la conversación que tenía con ella, ya que yo había dado un parecer desde una institución pública. Es cierto que con una puntita de jocosidad, hizo una especulación sobre las alternativas dilemáticas que caracterizan la relación del funcionario con el intelectual. Como yo había dado una opinión adversa a que Vargas Llosa encabece el acto inaugural de la Feria –no a que diera su conferencia magistral–, la Presidenta me aseguró que comprendía el tema pero que pensaba que no era competencia de la institución pública esa formulación. Le pareció plenamente vigente el debate, pero me dijo que sería oportuna una aclaración de que incluso al hablar, con correctos planteos argumentativos, se podía interpretar que las instituciones del país no tenían claro su papel de garantía en última instancia de todo lo que se expone y proclama en el seno de la sociedad. No otra cosa pensé siempre: debate estricto, argumentado, e instituciones públicas de resguardo de la palabra cultural y política.

–Se podría decir que al debate que usted alimentó se suma la fuerza que le dio la Presidenta a la libre expresión de las ideas políticas en la Feria del Libro, y el respeto por la palabra de un escritor, como Vargas Llosa, que ha sido muy duro con el gobierno argentino. ¿Qué opina? –Creo que esas opiniones no eran lo más importante, pues se trataba de considerar la urdimbre en la que se mueve el Vargas Llosa político. Ojalá en vez de decir las torpezas que dice sobre la Argentina pudiera decir algo parecido a lo que se desprende de la densidad histórica de algunas de sus primeras novelas. Sus actuales amigos políticos tienen mucho que ver con lo que, parafraseando a Conversación en la Catedral, sería la pregunta: ¿cuándo se jodió la Argentina?

–¿Por qué cree que la Fundación El libro no tuvo en cuenta las conocidas intervenciones políticas de Vargas Llosa y el malestar que podría generar entre muchos escritores que sea él quien inaugure la Feria? –No conozco por dentro a la Fundación, pero considero que han tomado en cuenta la presencia de un Premio Nobel, argumento arrasador para cualquier editor, aunque no para los que a mí me gustan. Este episodio, no obstante, creo que aumenta la capacidad pulmonar democrática del país, considerando que la propia Presidenta intervino en él.

–En un año electoral no es nada inocente ni ingenuo darle la palabra a Vargas Llosa, ¿no? –Nadie es inocente en la Argentina, pero de vez en cuando conviene caer en la verdad de los candorosos. Un llamado al debate democrático sin preconceptos ni operaciones periodísticas puede ser un modesto nirvana cívico para recorrer caminos más originales de transformación social y cultural.

–¿Cómo sigue este debate entre política y literatura? –Borges, Céline, Lugones, son ejemplos del cuerpo escindido de la literatura. Un alma innovadora en los signos literarios y un tejido reaccionario o conservador en las intervenciones públicas. ¿Qué decir de esto? Concibo una Feria del Libro como apertura y no como cierre de este debate